Opinión | Macondo en el retrovisor

Segundas oportunidades

Ahora que la obra de García Márquez vuelve a estar de actualidad, no estaría de más tener presente a los Buendía a la hora de hacer balance de nuestra propia historia, en este año que España cumple 50 años de libertad

La primera y la última frase de 'Cien años de Soledad' encierran en unas pocas palabras la rendija por la que se desborda la incontenible promesa de un universo irresistible, en el que su creador parece ser el dueño del secreto que resuelve el laberinto y el misterio de la humanidad y sus andanzas. Ahora que la genial obra del maestro Gabriel García Márquez vuelve a estar de actualidad por la respetable adaptación que se ha hecho de la misma para Netflix, no estaría de más tener presente los tropiezos y las desventuras de los Buendía a la hora de hacer balance de nuestra propia historia, en este año que España cumple 50 años de libertad.

El pasado 8 de enero se celebró un acto en el Museo Reina Sofía que daba el pistoletazo de salida a un centenar de actividades, que tendrán lugar a lo largo de este 2025, para conmemorar el aniversario de la muerte de Francisco Franco y el comienzo de la Transición Española. 

Una efeméride que debería festejar la buena salud y el afianzamiento de la democracia, así como la conquista de todos los avances conseguidos en las cinco últimas décadas y que, sin embargo, coincide con una época revuelta e inestable, en la que fantasmas que creíamos superados, como el fascismo con todas sus lacras, campan desafiantes y envalentonados por medio mundo. 

Y es una lástima, porque los españoles, como los habitantes de Macondo, también tuvieron la oportunidad de reescribir su historia casi desde cero en aquellos últimos años de los setenta y en los venideros. También ellos pudieron disfrutar esa sensación magnífica de página en blanco y a estrenar, porque «muchas cosas carecían de nombre», algunas porque no se nombraban, otras, porque eran prohibidas, y muchas simplemente porque no existían. Pero así surgieron leyes, derechos y avances sociales, que bastante después colocaron a nuestro país incluso a la cabeza de Europa por primera vez en mucho tiempo. 

Desgraciadamente, como también les pasó a José Arcadio, Úrsula y a todos sus descendientes y vecinos, el entusiasmo, la fuerza y la valentía de los primeros momentos, dieron paso después a la búsqueda de otros intereses menos altruistas, a enfrentamientos y a la creación de polarizados bandos. 

Por motivos muy parecidos, como los habitantes de aquel pueblo imaginario, los españoles parecemos estar condenados a repetir nuestra propia historia. Tanto es así, que cada vez parece más cercana la amenaza de precipitarnos irremediablemente por un precipicio conocido y anunciado, perpetuando un circulo maldito, que hace pensar que tampoco nosotros hemos aprendido nada. 

El actual presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, recordaba hace unos días en ese acto de inauguración de 'España en Libertad. 50 años’, que «la libertad nunca se conquista de forma permanente», subrayando que el fascismo vuelve a ser la tercera fuerza política en el viejo continente. Y advirtiendo que hace casi un siglo, 14 de las 24 democracias que existían en el mundo se convirtieron en dictaduras.

La inestabilidad social, la tensión política y la crispación actual no hacen presagiar nada bueno. Y sin embargo, parece que nos hubiésemos convertido en espectadores o lectores pasivos de un relato o una película con un final trágico que se ve venir desde lejos, mientras una mayoría se encuentra paralizada por la certeza de que lo que se avecina es inevitable. 

Como cuando en la última página de la universal novela del premio Nobel de Literatura, Aureliano Babilonia se da cuenta que la historia de su familia estaba escrita y sentenciada mucho antes de que ninguno pudiera saber que no había esperanza para ellos. 

Pese a todos los paralelismos, me gustaría pensar que nosotros, sin embargo, estamos a tiempo de cambiar el final y romper el círculo. Dejar de aceptar que nuestra 'estirpe' está maldita y condenada a repetir los mismos fallos y no olvidar que la realidad que conocemos y damos por sentada es frágil. 

Pero para ello, lo primero es dejar de ignorar los síntomas de que algo va mal. De que los intereses que defienden algunos no son ya los de todos, sino los particulares de unos pocos, que además se empeñan a diario en poner el acento en lo que nos divide y no en lo que nos une. 

En nuestras manos está utilizar bien esta «segunda oportunidad sobre la tierra» que se fraguó a base de esperanza, trabajo, concesiones y sacrificios en aquella Transición Española, que ahora nos parece tan lejana, porque la vuelta a la oscuridad nos espera agazapada a la vuelta de la esquina. 

Aracely R. Robustillo es periodista

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